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Así sea…

Cuando a finales de año me fue encargada la tarea de escribir un artículo para Cinturón de Esparto en el que hiciera un análisis de todo lo que nos deparaba el Año 2020 en el plano cofrade, nunca pude imaginar la realidad que nos sacudiría. En aquel entonces, el coronavirus tan solo era un lejano rumor del Lejano Oriente, China no lo confirmó hasta el 31 de diciembre, y aquel artículo se limitó a recordar las principales efemérides que traía un año de cifras redondas, así como otras cuestiones claves para la Iglesia sevillana y sus hermandades.

Hoy, recuerdo con fuerza cómo el Quinario del Señor dio paso al majestuoso traslado de Pasión por el interior del Salvador, y a su Solemne Novena, cómo se sucedían los primeros cultos con aquellos altares rebosantes de velas. Recuerdo aquel domingo de finales de enero cuando el Porvenir y San Bernardo abrían las puertas de sus Parroquias para hablarnos de Paz y Refugio.

Recuerdo los cielos azules, hermosos hasta herir de nostalgia, las últimas lunas previas a Nissan, luciérnagas de avisos esperados, el regreso de la cigüeña de San Blas que vino acompañada de la Amargura, y, al fin, la Ceniza sobre la frente. Y el Vía Crucis. El de mi Cristo de la Vera+Cruz en Umbrete, que al menos podrá decir que vio en sus calles al vecino más antiguo, el que ha escuchado sus oraciones durante siglos, el de mi Señor de la Sentencia, al que acompañaba por vez primera un ilusionado monaguillo, mi sobrino Francisco. Parece como si el Hijo de la Esperanza se barruntara algo, y por eso buscó su propio reflejo en los pacientes y trabajadores del hospital que lleva el nombre de la mejor servidora de Dios.

Recuerdo aquel Vía Crucis frustrado por la lluvia en Itálica, donde mis hombros llevaron a Jesús Nazareno, aquel primer Viernes de Cuaresma donde la memoria me llevaba a ver mujeres vestidas de negro, de rostros surcados por mil arrugas de experiencia en los alrededores de San Ildefonso y aquel diálogo de siempre con la Virgen de la Victoria, la flor radiante del segundo domingo de Cuaresma.

Pero de entre todos los recuerdos, me quedo con el Vía Crucis del Señor de la Salud, cuya crónica también me encargué de firmar. Hablé de aquella Sevilla caminante que, durante horas, acompañó al Señor de los Gitanos. Echo la vista atrás y pienso que nunca fue tan propicio elegir esta advocación para el rezo penitencial.

Porque, asumiendo que las imágenes son un medio para llegar a Dios, siempre presente en el Sagrario, tú, cristiano, cofrade, ¿qué es lo primero que le pides al Señor y a la Virgen? Exacto. Salud. Para los tuyos y, obviamente para ti. Para poder repetir las benditas estampas de cada año, y dar gracias por poder hacerlo. Salud, pide el nazareno cuando termina la Estación de Penitencia y el costalero cuando dobla su costal y lo guarda en el cajón de los sueños, y el músico que saca el último brillo a su corneta. Salud pedimos para aquellos que tenemos en el hospital, que sufren soledades y depresiones, aquellos que queremos porque su compañía son también pan nuestro de cada día.

Me duele Sevilla y me duele la Semana Santa. Pero me duelen también los míos. Quiero que mi sobrino Francisco tenga la oportunidad de saber qué es llorar en la calle a escasos metros del rostro de la Macarena, que su hermano Diego tenga la oportunidad de conocer al Señor de la Salud y la Virgen del Refugio, que tanto lo acompañaron en una Semana Santa distinta para Él. Que todos mis familiares y amigos vuelvan a sentir la emoción de ver esa imagen que les conmueve, de recrear esas estampas que nos hacen reír y llorar, guardar anécdotas que años después recordaremos con alegría. Porque eso también es la Semana Santa: la amistad, la fraternidad, el compartir.

Pero para volver a vivir esto, necesitamos un paréntesis. No parar, porque la fe no se detiene. Seguro que tú, cristiano, cofrade, también quieres esto para tu gente. Atiende entonces las indicaciones de las autoridades y reza. Sigue pidiendo Salud y la Salud te regalará la llegada de una nueva primavera.

Cierro estas líneas con cierta ironía: el hilo musical que me acompaña de fondo mientras escribo ha decidido poner Danubio Azul, una de las clásicas del Concierto de Año Nuevo. Mientras ese Concierto se celebraba, Cinturón de Esparto publicaba 2020. El Año del Señor. Podré retractarme de muchas cosas, pero no de ese título, porque, aunque no en el sentido previsto, ahora más que nunca 2020 debe seguir siendo El Año del Señor. Por todos. Por la Salud. Que así sea