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El rostro invisible de Dios en el corazón de cada sevillano

“¿Qué rostro tiene Dios para cada sevillano?” Es, quizás, la frase más directa, más trascendente, más significativa de todas cuantas pronunció Juan Miguel Martín Mena a la hora de explicar el Cartel de Cinturón de Esparto 2020. No le faltaba razón. Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestro propio perfil de Dios, con ojos distintos, con manos más o menos desgastadas o robustas.

No, no se acerca esta definición a la idolatría; forma parte del sello y el carácter de nuestras raíces y nuestra interpretación de la fe. El poder de la imagen. Por eso en el Cartel no aparece ninguna imagen representada. Todos intuimos las figuras pintadas, pero en la memoria particular de cada espectador, el cuadro se remata con el Cristo de su vida.

La obra, realizada en técnica mixta, es una completa alegoría de la Semana Santa sevillana. Del madero crudo que sostiene la carne inerte del Cristo del Amor, al calvario silvestre donde Pureza hinca la rodilla por tercera vez. Del tronco maltrecho del Salvador del Mundo a la mano que, en silencio, disipará las tinieblas de la muerte para descorrer la ventana del alba eterna. La Resurrección como sentido absoluto de la existencia y de la propia Semana Santa.

La muerte venció a la muerte. Sevilla como la piedra que lo mantiene erguido en las entrañas de la Esperanza, que nunca se pierde, sino que es una búsqueda diaria y constante. ¡Celebración, alegría! Claro que festejamos la Semana Santa. A pesar de su tenebrismo, de la inquietud, de la oscuridad, todos conocemos lo que ocurriría si el cuadro cobrase vida. Adivinaríamos, de primera mano, el resultado final y feliz de la escena recreada. Campanas de gloria llamando al ciclo cumplido.

Los cardos, la cruz, la sangre, el sudario… Todo quedará eclipsado por la luz de una ciudad que cuenta su tiempo a partir del Dios de todas las personas que hacen realidad la Semana Santa de Sevilla.