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El nombre del Cachorro

Uno de mis mentores espirituales suele decir que en una vida de fe no existen las casualidades, sino las Dios-cidencias. Puede que hoy, en una tarde de domingo de ese “febrerillo el loco” que juega a echarle el pulso de la primavera a Marzo, mes con mayúscula en esta tierra, haya experimentado alguna de ellas.

Porque, ¿cómo podría explicar que, en medio de una indecisión, haya aparecido una afirmación no buscada sino es a través de un Dios Sacramentado hecho reflejo pasional en los referentes devocionales de nuestra vida? ¿Qué fuerza inefable pudo traer respuesta a la duda? La fuerza que mueve todo. La fuerza de la Fe.

Yo no sabía si escribirte amigo Antonio. No sabía si dedicarte hoy unas líneas, justo cuando hace un año de nuestro último y amargo encuentro. Sentía el temor de reabrir una herida aún no sanada por tu ausencia. La edad nunca fue motivo para justificar que eras un amigo en el término más estricto de la palabra.

Tenía miedo de que mis ojos volviesen a lagrimear como lo hacen cada vez que recuerdo a cada una de las buenas personas que Dios me puso en mi camino y ya no están. Tenía pavor porque temblara mientras mis dedos golpeasen el teclado. Pero hay algo que me ha agitado más: el encuentro con ese nombre que en ti lo fue todo, el de ese Crucificado donde concentrabas la fuerza de tu Fe. El nombre del Cachorro.

Y he aquí que, evitando escribirte, se ha cruzado en mi camino el Evangelio esculpido, la palabra escrita en la madera de un Dios que fue alfa y omega de nuestras conversaciones y protagonista indiscutible de tu apasionante pero truncada vida. Hablábamos siempre de Él, llevabas su nombre a gala y tu condición de hermano. Que de tu boca salieran las palabras El Cachorro significaba contemplar la expresión de un hombre sabio, experto en batallas de la vida y orgulloso por sentirse cerca del Cristo de la Expiración.

Antonio, ¿Cuántas veces pude preguntarte si recordabas hechos importantes como el del funesto incendio del 73? ¿Cuántas compartimos impresiones sobre la calle Castilla, donde el tramo más trianero parece trazado para que por allí pase el Viernes Santo? Tú eras más de la ida, pero yo entregaba el corazón en la vuelta, quedando atrapado entre la candelería de la Virgen del Patrocinio ¡Cómo afirmábamos con inapelable rotundidad la belleza de la Señorita! Y luego, siempre, Él. Y otra vez, y otra…
El nombre del Cachorro forma parte de mi vida desde pequeño. Todo cofrade sevillano ha crecido con su leyenda, asimilando su fuerte impacto devocional en el barrio de Triana, en la ciudad de Sevilla y también fuera de ella. Pero no fue realmente hasta mi encuentro contigo, Antonio, cuando descubrí qué significaba verdaderamente El Cachorro.

Pero hace un año que te marchaste Antonio. Y ahora todas aquellas conversaciones sobre tu Cristo me parecen lejanas, difusas como si solo formasen parte de un pasaje cernudiano, y escasas. Hubiéramos hablado del Cachorro durante toda una vida, llevando su nombre por bandera, pero fue precisamente una vida lo que nos faltó…

Hoy, mientras meditaba escribirte, justo cuando se cumple un año de aquella tarde de falsa primavera, me he encontrado con tu mujer, Ana. Esa gran profesora que jamás me impartió asignatura alguna pero que, junto a ti, me dio grandes lecciones de la vida. Ella me ha llevado a tu recuerdo, y el tuyo hacia aquel Cristo con el que me he reencontrado en contadas ocasiones desde que te marchaste, por una impetuosa y desconocida razón, como si temiera que al verlo me percatara de que ya no estás para pronunciar su nombre.

Pero como Dios escribe recto, y seguro que más firme que mis temblorosos dedos, la respuesta la trajo Él sin titubeos. Minutos después del encuentro con tu mujer, recibo un mensaje de una amiga que se encuentra en Alcorcón, lejos de aquella añeja calle Castilla y de la metamorfoseada Chapina, y me comenta que un niño de su catequesis le pregunta porqué hay un Cristo en Sevilla que se llama El Cachorro.

Antonio, si esto no era una señal de tu Cristo, yo soy un iluso. Si no la hubiera visto, sería un ciego. De cualquier forma, querido amigo, volví a ser un ignorante: le he respondido contándole la leyenda de aquel desdichado gitano. No me percaté a tiempo de decirle la verdad: que El Cachorro se llama así porque quería estar en boca de hombres buenos como tú, aquellos que siempre pronunciaron su nombre con orgullo y nunca temieron su encuentro.

Porque el encuentro con la vida nunca ha de temerse. Y la vida es Fe y Dios. Es el recuerdo feliz de personas que ya no están pero dejaron escrito su nombre en el corazón de quienes las conocieron. Tal y como Dios, con sus Dios-cidencias, deja escrito en Sevilla. Con el nombre del Cachorro.