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Momentos

El paso se detiene justo ante la puerta. Todo se para en ese momento, ni un pestañeo cabe en ese instante. Brevísimo tiempo después estará en la calle, todo habrá pasado y sonará la marcha real anunciando que la devoción ha salido a la calle. Permíteme que me quede con ese tiempo fugaz, que ojalá fuera infinito desde que el paso se detiene hasta que pisa la calle.

Nervios, tensión y rezos dentro y fuera del paso. Es algo con lo que todos soñamos con vivir eternamente, el momento justo antes de salir, para poder empezar una y otra vez a disfrutar de ese día tan especial. Una vez que los zancos traseros traspasan el límite de la puerta ya no hay marcha atrás, el día llega y no hay quien detenga el aluvión de sentimientos que trae consigo. Mas quiero poder quedarme en esa fracción anterior a todo ello, para cada vez que así lo sienta dar al botón de rebobinar y volver a salir a la calle.

El portón no desafía al altar andante, eso es lo que la mayoría pensamos, pero no es así. El arco sufre por no poder agrandarse y dejar pasar serenamente a la imagen que sobre sus hombros portan unos pocos hombres de buena fe, llamados costaleros. Tal es esa pena, que hay arcos que le caen unas lágrimas por no poder hacerse más altos, y nosotros le llamamos ojivas. Pero no son más que el reflejo de la aflicción que al final se torna en algo peor, pues hacen que el espacio sea aún menor. Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga.

Uno de esos arcos que hacen sufrir, es el de la parroquia de San Esteban, que cada Martes Santo hace que, paradojas de la vida, la Madre de Dios de los Desamparados, se encuentre sin amparo alguno con su palio casi rozando el arco de su templo. Pero como ya he dicho, y no me cansaría de repetir, jamás será el intención la de dañar a los habitantes de esa casa de Dios.

Por eso si yo pudiera, yo que sé bien de lo que hablo, me quedaría siempre quieto en ese instante, petrificado como una gárgola. Pero como sé que no es posible, que al tiempo no hay quien pueda detenerlo, me queda mi memoria como imagen estática de aquello que quiero vivir, que no es más que un sueño, de los despiertos.