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Las sonrisas de la Virgen de los Reyes

Siete y media de la mañana. La claridad del nuevo día se abre paso con el azul propio del tránsito entre la noche y la mañana. Placentines, Alemanes y la Avenida son ríos de murmullos que crecen hasta convertirse en diálogos y conversaciones cotidianas. Las gradas de la Catedral se pueblan de peregrinos y fieles que han escuchado las diferentes misas que se han celebrado en el interior del templo. Hasta el momento, todo está en su sitio.

Cerca de la Punta del Diamante dos pequeños hermanos, uno de diez y otro de ocho años, se apoyan sobre la valla expectantes. Es la primera vez que acuden a la cita de la que tanto han escuchado hablar a su familia. A su lado los contempla una señora que puede sumar unos sesenta veranos buscando la mirada de la Virgen, y que sonríe tiernamente ante la impaciencia de la infancia.

Sigue llegando gente y se agita la espera con el sonido de las campanas de la Giralda. Las mismas personas en los mismos rincones. Año tras año, y gracias a Dios y a su bendita Madre, la galería de la Virgen de los Reyes es una galería de saludos, sonrisas o leves gestos de cabeza hacia aquel que está a unos metros. Vecinos de tu localidad o de otras colindantes, amigos cofrades, conocidos del mundo de la Pasión…y el pueblo, el que sigue apuntalando las mejores tradiciones de nuestra mariana tierra con su cita inquebrantable cada 15 de agosto, el de la ciudad y el de toda una archidiócesis peregrina, todos reunidos por una Sonrisa.

Y la Sonrisa llega con la puntualidad que le caracteriza. A las ocho toda la gente comenta «ya está saliendo». No lo ven, pero lo saben. La Banda Sinfónica Municipal abre el cortejo. Le siguen los carráncanos, la Asociación de fieles, el Consejo de Hermandades, y cuando llega la Sacramental del Sagrario, ya se distingue el palio de tumbilla despidiendo a los naranjos de Placentines.

Llega entonces la hora de detenerse en la nube de incienso que parece subir al ritmo de los cantos del coro, en los nardos que tiemblan grácilmente con el ritmo del paso o en el llamador con castillo y león donde se reivindica la historia. Y sin embargo, todas las miradas se concentran en la Sonrisa enigmática de la Patrona y del niño que sostiene. A pesar de la música, todo es silencio. Y todo está en su sitio.
El paso se detiene ante los niños hermanos. Uno de los capataces les regala unas estampas y ellos, emocionados, se la enseñan a su madre y a su abuela. Pero la abuela reza, como la mujer mayor de al lado. Todos son diálogos callados. Diálogos que se repiten hasta que la Virgen realiza uno de sus giros completos en la esquina de la Avenida y mira hacia Alemanes. Ahí llega el sol, y la Reina de los Reyes inunda con su luz, la de su corona, la de su hijo, y la de sus sonrisas a sus fieles de todos los años, aquellos que al renovar esta cita siguen escribiendo parte del Evangelio de Sevilla.
Pero si algo caracteriza a Sevilla, es lo efímero de aquello que dura un rato en nuestros ojos y todo el año en nuestro corazón. Por eso, la Virgen de los Reyes continuó su camino en su procesión de tercia rodeando la Catedral, y despidiendo el cortejo con la representación municipal y el ejército. Cuando todo pasa, cuando ya el manto verde de Isabel II no es más que un recuerdo reciente, las familias se dispersan.
Vuelven a sus playas y a sus pueblos. A sus vacaciones y a sus rutinas. Y los dos hermanos pequeños miran a su familia, alegres. Quieren volver el año que viene. Y, como la Virgen, sonríen.

La crónica en imágenes de la procesión de la Virgen de los Reyes