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La ausencia

(A mi tía abuela Dolores, y a todos los umbreteños de San Bartolomé)

Cansada, y sin embargo, feliz. Así esperabas hace un año al Patrón en tu puerta. Aquella vez las piernas te habían fallado, pero no las ganas por cumplir con tu palabra. Meses atrás, en uno de tus vaivenes hospitalarios, prometiste con seguridad “aguantar para ver a San Bartolomé”. Y lo conseguiste. Como solo podría conseguirlo alguien con la experiencia testimonial de casi un siglo de vida.

Sentada esperabas la llegada del Patrón. Y allí, esperando tú el ritual de cada 24 de Agosto, busqué yo uno de los míos. Me acerqué a saludarte, a felicitarte por conseguir tu objetivo. Te costó reconocerme. Pero no me importó, pues grande era la alegría de verte en tu puerta, rodeada de tu familia, esperando la venida de aquel que conmueve a un pueblo entero.

Llegó el Patrón y se detuvo ante ti. ¡Quién iba a decirme que sería testigo de vuestro último encuentro en la tierra! Ahora, cuando el recuerdo me persigue y me amenaza con la sombra de la realidad presente, se me ocurre pensar, ¿qué hablabas con San Bartolomé? ¿qué le decías durante todos estos años cuando pasaba por delante de tu casa? Y, ¿qué le diré yo cuando pase este año por el lugar de la ausencia? ¿Qué haré cuando el templete del Galileo suba la Cruz Quiteria para anunciarme que en la lista de la memoria hay un nuevo nombre escrito con la tinta del cariño y la nostalgia?

Sabes que el Día de San Bartolomé es grande en Umbrete precisamente porque reúne la grandeza de las cosas sencillas. Las mujeres detrás del santo, y en torno a él, cobijándolo. ¿Quién protege a quién? Los intercambios de saludos con gentes que han venido de otros pueblos, que traen recuerdos de épocas de almacén y campo, de cartillas y peonás. La Virgen del Consuelo algo rezagada, con sus altos candelabros jugando al contraste en la penumbra de la revirá de Cruz Quiteria a la calle Canales. Las campanas volteando sobre la bóveda del Aljarafe, cielo de estrellas congregadas en torno al sueño de los arzobispos hispalenses…

Sabes que el Día de San Bartolomé, como el del Señor y otras imborrables fechas, es grande porque Umbrete, y con él los umbreteños, se reencuentran consigo mismo. Con aquello que fuimos, con aquello que nos enseñó a querer a nuestras devociones, a otorgarle valor a la instantánea de todos los años, al punto de elevarla a un frágil e intenso ritual que pende del hilo de la vida.

Y sabes que vienen días en los que el sentimiento de la nostalgia me lleva a mis abuelas, agarradas del brazo junto a Concha para ir a “la copa que daban a los viejos en la Caseta Municipal”, a tito Chiqui enseñando a los costaleros la manera correcta de fajarse, a Triguito saludándome tras las misas del Triduo, a tantas mujeres y hombres de mi pueblo, el pueblo de San Bartolomé. Ahora, la nostalgia me lleva a una nueva parada de ausencia. Y a una puerta, la tuya, donde ya, cada 24 de agosto, llamará solo el recuerdo.