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Frío, emoción y tranquilidad en la Madrugá

A pesar de que el Jueves Santo solo se cumplió a medias, y sin que nadie lo esperara, la Madrugada de Sevilla siguió la estela de sus antecesores aprovechando la minúscula y peligrosa tregua que propinó el cielo a las Hermandades. Como siempre, el foco de la seguridad y todos los dispositivos se concentró en las horas más mágicas de la ciudad, para evitar la repetición de incidentes y altercados en las calles.

Los partes meteorológicos no eliminaban de ninguna de las maneras el riesgo de lluvia, si bien apostaban por lluvias débiles y dispersas con un porcentaje muy bajo. La Virgen del Valle, en pleno panorama digno de estudio sociológico, realizaba su entrada en la Anunciación pasada la una de la mañana y los primeros cofrades que bajaban a ver la Madrugada se agolpaban en Laraña esperando esa transición entre jueves y viernes. Ese momento en que el tiempo se diluye. Entretanto, la Cruz de Guía del Silencio ya estaba en la Carrera Oficial iniciando una Madrugada que se preveía, eso sí, fría.

La presencia policial en las calles era de lo más potente. Muchos furgones dispuestos en zonas céntricas como la Plaza de la Encarnación o la calle Imagen vigilaban cualquier movimiento extraño o que pudiera suponer algún peligro para la ciudadanía. A pesar de ello, en estas mismas zonas grupos de jóvenes esperaban a las cofradías, entre ellas Los Gitanos, ingiriendo alcohol impunemente a pesar de la ley promulgada para evitar este tipo de actos.

El Silencio avanzaba rápidamente de regreso a San Antonio Abad, discurriendo por calles cortadas al público como Daoiz y García Tassara. El ambiente, tranquilo y apacible, se mezclaba en ocasiones con una sensación de orfandad impropia de la Madrugada. Quizás el miedo, aún latente y casi palpable, quizás el frío, dejaron imágenes de calles semivacías como por ejemplo el Gran Poder por la zona del Museo o el Calvario camino de la Carrera Oficial. La Macarena, entretanto,  y pasadas las cuatro de la mañana, hacía su entrada en la Campana con todo su cuerpo de nazareno dispuesto en filas de a tres para evitar retrasos. Sin embargo, la noche poco a poco fue acumulando minutos y no fue hasta las 8:10 de la mañana, 25 minutos más tarde de lo previsto, cuando la Virgen de las Angustias cerró la Carrera Oficial.

No obstante, hubo lugar para regocijarse de la hermosura de la amanecida. Las facilidades para ver el Gran Poder en el Museo dejaron estampas íntimas y favorables para acompañar al Señor de regreso a San Lorenzo, que pudo cruzar por Gravina una vez que la Esperanza de Triana se comprimió al completo para dejar paso en San Pablo a la cofradía de San Lorenzo. El día poco a poco comenzaba a despuntar y entre las bambalinas de la Virgen de la Presentación el alba descorría su persiana violácea de una nueva mañana (no cualquier mañana) y a lo lejos Triana regresaba a su propio ser.

Los riesgos de lluvia matutinos obligaron a la corporación trianera a suprimir parte de su recorrido por Triana, optando por Altozano y Pureza directamente para llegar a su capilla. La Macarena secundó la propuesta y entró su cortejo media hora antes de lo establecido. La calle Feria por la mañana no deja de ser uno de los aspectos más auténticos y castizos de nuestra Semana Santa, aquella que retrató Núñez de Herrera y que se renueva cada año a pesar de los tiempos y la evolución social.

La mañana ya estaba más que levantada, el sol tostaba los rostros de los últimos valientes que se atrevieron a buscar al Cristo de los Gitanos por la Plaza de San Pedro y, una vez más, la Madrugada se había salvado. Y cuando pase el tiempo podremos decir, por encima de todo, que vimos al Señor de la Salud con la túnica bordada que nunca debió perder. Madrugada de retrasos, de emoción, de frío, de tranquilidad  y de mucha, mucha vigilancia y seguridad. Tocará acostumbrarse.