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Miradas

La forma de ver las cosas es distinta en cada ser. Y la Semana Santa no se escapa de ello. El prisma inocente de la infancia es compatible con el que te brinda el paso de los años y la experiencia. Dentro de ese abanico de miradas caben infinidad de formas de ver la Semana Santa, tantas como pares de ojos la miren. Hay quien verá al evangelio hecho imagen, el que verá obras de arte encima de unas andas, el que verá una gran fila de gente y quien no verá nada.

El que escribe lo que ve es una suma de pequeños elementos con sentido propio, que a su juicio, la hace tan sobresaliente: el nazareno que aprieta su andar para llegar al templo presto, el pintoresco vendedor de globos de helio, el guardabrisas impecable porque aún el paso no se ha levantado, el pie desnudo del penitente sobre el adoquín, el pétalo sobre el hombro del capataz, el pabilo encendido acertando en cada candelabro, el diputado de tramo bañado en cera, el que empuja el carrito detrás del paso, el aguador con sus jarrillos de lata, las ramas flexibles del olivo acariciando los balcones, las hermanas rezando en Santa Ángela, el programa de mano y la radio siempre encima.

Muchos otros detalles que ahora se me escapan y otros que guardo para evitar que la lista se convierta en una soporífera retahíla. Y dentro de todos estos pequeños detalles, el centro y sentido de la celebración, el Señor y su Santa Madre.

Las miradas que sean como cada uno quiera, pero que nunca dejen de apuntar al objetivo. Que no decaiga el número de ojos que se posan en la Semana Santa, pero que dentro de su libertad las miradas sirvan para adaptarla a los tiempos y no para destruirla.