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Cuaresma, camino, verdad y vida

El Miércoles de Ceniza escribe la primera página del prólogo de la Semana Santa, la Cuaresma. Cuarenta días que son luz para el camino, para regresar a la senda correcta si es que te has desviado o iniciarla ahora si aún no lo has hecho. Pero también para volver a sentir, para dejarte llevar por esa vorágine de sentimientos que se desatan cuando el incienso empieza a impregnar con su olor las calles y el azahar impaciente espera desperezarse. La Cuaresma no es más que un tiempo para hacer los dos elementos que componen el ser de un cofrade: la reflexión y el sentir.

La reflexión, que ha de ser individual y en conjunto. Para mirarnos dentro de nosotros mismos y valorar si seguimos lo que manda Dios Padre o acaso sólo somos protagonistas de una farsa. Los golpes de pecho y la mirada por encima del hombro no son precisamente la senda correcta, por eso empieza el tiempo de plantearte por qué estás aquí. La reflexión también debe ser como grupo, como Hermandad. El fin de nuestras corporaciones está claro y definido pero a veces, muchas veces, se traspasa la frontera del buen hacer y la cordura. Es momento para darle vueltas a estas dos cuestiones, porque cuando algo te duele de verdad te preocupas seriamente de lo que ocurre y cómo poder subsanarlo o mejorarlo. Hagámoslo.

No todo es reflexión y seriedad, la Cuaresma es más que eso. Es nervio, escalofrío, es un almanaque que al final de la jornada ve como se tacha el día. Los desfiles de niños y mayores con capirotes recién comprados, el probarse la túnica del año pasado y el hacérsela nueva. Las frías noches de ensayo y la intimidad de las madrugadas en la priostía. Las juras de reglas y los cultos que preparan espiritualmente a los Hermanos. Las estampitas por la voluntad y el caramelo para repartir. Los pregones de distrito, las exaltaciones y las presentaciones de carteles. Las torrijas y también el montaje de los palcos. La Cuaresma es una forma de vivir, un estado de ánimo en el que se vive todo el año y que se multiplica cuando llega el Miércoles de Ceniza.

La Cuaresma pone a la Semana Santa en el lugar que ocupa para todos nosotros. La segunda sería inconcebible sin la primera. La bendita espera erige a siete días como una vida, nuestra vida.