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La magia de los barrios

Una ciudad no es más que la suma de sus barrios. De barrios con una idiosincrasia, unas tradiciones y una forma de entender la vida diferente, pero con lazos que unen unos con otros, porque si así no fuera no podría hablarse de una ciudad en sí.

Uno de esos lazos, siempre hablando de nuestra ciudad, es sin lugar alguno a la duda, la Semana Santa. Lugares tan diferentes en renta, infraestructura e historia, unidos en un mismo día en una conjunción que a nadie sobresalta. Desde el Polígono de San Pablo al Tardón, de Nervión a la calle Feria, del Cerro a Santa Cruz o del Porvenir a Triana. Lugares que juntos por un día y sólo separados por la distancia, y es que la Semana Santa de emociones es lo que entiende y a otras cuestiones desobedece.

Los barrios se hacen especiales, toman un tono distintivo gracias a todas y cada una de nuestras hermandades, sean de vísperas o del domingo al domingo, ya tengan su sede en las calles más viejas de la ciudad o sean hermandades de lejanos barrios que traen un buen pedazo de su lugar de partida con ellas. Esas a las que se le adhiere una orgullosa etiqueta que nadie puede desprender, nadie puede borrar la huella que deja al pasar cada una de estas hermandades que son ejemplo de que la devoción no entiende de distancias ni arduos caminos. Porque el picante sol de la mañana no hace mella ni tampoco el frío primaveral de la noche, quien busca su meta no le importa cuántas piedras tenga el camino.

Por eso te aseguro amigo mío, que seas del barrio que seas, asomarse a un balcón y ver como una legión de nazarenos serpentea las calles de tu barrio no tiene precio. Un día al año, ese que detrás añade el apellido de Santo, los lugares que recorres diariamente rebosan de gente esperando ser regados con el poder de los titulares, que protegen el barrio durante todo el año. Un día repleto de emociones, que si has tenido la suerte de vivirlo con tu barrio siéntete y con razón, un auténtico afortunado.