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Donde no llegan las palabras llega el corazón

No sé explicarme. Busco palabras pero no encuentro las justas. La causa puede ser mi torpeza, que seguramente no es escasa. En quien siempre apoyo mis manos para levantarme trato de encontrar la explicación.  Quizá en la redacción sea un principiante, sin embargo en los sentimientos tengo algo más de experiencia. Pero la culpa la tiene  ella, la que mis sueños vela, para quien no hallo verbo.

La culpable de mi dificultad en la expresión, pero en la expresión escrita. Y es que a veces,  demasiadas probablemente, queremos expresar con palabras lo que no se puede. Y tú, Esperanza nuestra, eres la viva expresión de ello. Porque tú, eres todo y yo no soy nadie.  Por eso que  no seré yo quién bellos versos te escriba porque ya te los dedicaron por siglos los más célebres artistas, no seré yo quién ensalce tu belleza porque a los ojos de generaciones y generaciones has sido la estrella que más brilla de toda Sevilla. La casa donde descansas no tendría sentido sin ti, la Basílica sería un lugar desangelado, todo lo que no seas tú sobra, pero llenas todo y parece poco todo lo que te rodea.

Tu fuerza no tiene medida, el poder de tu mirada no es comparable a la fuerza de mil hombres. Porque tú tan pequeña, tan frágil, con las lágrimas cayendo por el rostro y sintiendo el dolor más profundo para una madre, eres ejemplo para fieles y devotos que cada día acuden a ti.

Por todo eso y porque no tengo palabras, no puedo explicar en unas líneas lo que al mirar tu rostro siento,  algo que seguramente  lo sienta todo aquel dichoso que haya podido plantar su mirada ante la tuya. Tú Macarena, eres el clavo ardiente al que agarrarse, la llama que se mantiene viva en un frío témpano, eres razón  para seguir adelante para muchos y timón de nuestras vidas.