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Lección maestra de Semana Santa en Sevilla

A pesar de que debamos recurrir al desgastado y manido tópico, ayer se cumplió el refrán y el Jueves Santo relució desde primera hora de la tarde en la ciudad de Sevilla. Los armaos de la Macarena comenzaban sus rondas bien temprano y los templos recibían multitud de visitas antes de que echara a correr el reloj de estos días postreros.

La situación climatológica, favorable durante toda la tarde, permitió a las cofradías realizar la estación de penitencia a la Catedral, que a las 5 de la tarde iniciaría la liturgia de los Oficios. Entretanto, la silueta grave y adusta del Cristo de la Fundación se entrecortaba por la fachada barroca de la iglesia del Salvador, que a la noche acogería una de las estampas más sobrecogedoras de la Semana Santa: el Señor de Pasión, con la túnica bordada, se llevaba consigo el silencio de la ciudad.

El Jueves Santo, completo oasis de riqueza, profundidad y ejemplo, se desarrolló con un ligero retraso desde primera hora en la Carrera Oficial, ya que la Virgen de los Ángeles se detuvo en el Palquillo con algunos minutos de retraso sobre el horario previsto. La Exaltación, cofradía con sabor a infancia, a misterio y a grandeza, dejó estampas de clasicismo incuestionable, y la Hermandad de las Cigarreras salió a las calles con su dolorosa titular por última vez antes de ser coronada, Dios mediante, el próximo 13 de octubre. Una verdadera delicia.

En Montesión volvieron a acertar con la túnica y el mantolín bordados que portó el Señor de la Oración en el Huerto, un misterio que despierta curiosidad voraz por su particular manera de andar. La personalidad de la Virgen del Rosario arrancó la alegría del barrio populoso de la Feria. Caída la noche (y llegado el frío), quedaron patentes dos cuestiones: el descenso de público que había ocupado todo el centro durante la jornada y la llegada del frío que acompañó a las últimas cofradías en su regreso. Se preveía una Madrugada con una reducción acusada de público, y así fue. La Quinta Angustia, verdadero lienzo en relieve sobre el aire de Molviedro, cerraba la noche del Jueves Santo, y la Hermandad del Valle hacía lo propio por la zona de Hernando Colón y Tetuán. Un nutrido grupo de cofrades acompañaron a la dolorosa de la Anunciación desde que salió de la Catedral, recorrido reservado para paladares selectos y exigentes. Una cofradía que rezuma riqueza, historia y simbología en cada gesto y a cada paso. Sonaba, magistralmente, La Madrugá, y el reloj de las doce de la noche destrozaba toda medida física y temporal. El tiempo comenzó a desmoronarse en los ojos vidriosos y tristes de la Virgen del Valle, inmersa en la madrugada divina y fría.