Jamás le tiembla el pulso al hombre,
En pugna con el hoy que nunca fue.
Emerge, recia y robusta, la mano única,
por entre la neblina del incienso.
Suspendida, a media caricia,
Entre el aire y la cintura, la palma
Maltrecha por la madera,
Cargada solo a la siniestra.
Clavando el interrogante
Con pupilas de cobre, posa
Las yemas calientes y atezadas,
Sobre la frente del que pasa.
Como un tajo de luz entre las ramas,
Cruza el espacio en sus perfiles.
Se entretiene la luz en su pausa,
Diagonal y clara en el dorso.
¿No ves que hoy él te llama?
Busca paño para la sangre,
Arroyo de lava fina.
Huye hoy de sus miedos.
Apuntan sus labios la palabra,
Cruzada en el tormento de la calle.
Amargura, calvario, olivos,
Camino cierto hasta la muerte.
No, no le tiembla aquel pulso
Por la muerte que se acerca.
Su miedo es mío, tuyo, de aquel,
Tan humano como el hablar.
El trato es igual sobre las horas,
Como el reloj hermoso del rocío,
Que rompe su cristal sobre la tierra.
Venció el sol, vendrá la noche.
Mientras, a Dios también se le va el tiempo.