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La Virgen de la Salud regresó Coronada a Triana

Repicaban a rebato las altas y revoltosas campanas de San Jacinto al borde del mediodía, como el niño huérfano que recorre las calles pregonando la noticia a todas voces. Miradas, abrazos. Lejanía. Las espadañas desafiaban el cielo gris que dibujaba la palma del Giraldillo. Toda la luz se concentraba sobre la frente de María de la Salud, que saludaba con los ojos a la gente de Clavel, de Azucena, de Regla Sanz. Invasión sin medida y sin precedentes. Era hora de volver. Triana vibraba.

Cigarreras (a lo suyo, como siempre) antecedía un cortejo conformado por 600 cirios aproximadamente y un total de 84 hermandades representadas, que acompañarían a la Virgen hasta el Ayuntamiento. Formalizados los respectivos recibimientos protocolarios (alcalde de Sevilla, Juan Espadas, y portavoces de diferentes partidos políticos) la Virgen recibió una petalada para abandonar el andén y encaminarse hacia la calle Tetuán. La luna llena del reloj marcaba las siete de la tarde.

Con la candelería encendida al completo, el Santo Ángel recibió a la Virgen de la Salud en esa hora incierta donde el día se deshace. Un chispeo breve y apenas palpable sobresaltó a los presentes, pero no adquirió la trascendencia necesaria para tomar medidas preventivas. A lo lejos, la Magdalena (¡qué atardeceres los de la Magdalena, qué luces y qué colores sin nombre y tan hermosos!) doblaba también sus campanas. Y “La Madrugá”, claro. Insuperable.

Cuatro chicotás imperiales (¡a veces hasta se agradece!) bastaron a la Virgen para situarse en el centro mismo del puente. El río pulía los hierros con el verdor de sus aguas y devolvía el brillo al bochorno de la noche, que jamás amagó con irse. Se acumulaba un insignificante retraso pero la Virgen ya estaba en Triana. Un castillo de fuegos artificiales proclamó la buena nueva y la alegría hundió definitivamente la presión de los relojes. Es más: dos horas separaron a la primera dolorosa coronada de Triana y la última (de momento). Alguna que otra bronca se empeñó en interferir el desarrollo normal de la fiesta, pero se impusieron las sevillanas, las palmas rotas y los pétalos. Salud y Esperanza. La base de la vida, frente a frente.

Callejeó por Vázquez de Leca, Santa Ana y Pelay Correa, cunas del cante y de tabernas olvidadas. Una Triana universal de cuatro esquinas. Una niña cantó una coplilla a la Virgen, situada frente a un arco provisional (preludio del delirio) instalado en Rodrigo de Triana. Una petalá de casi 14000 claveles puso en serios apuros la doble estructura de madera que reforzaba el techo de palio, para evitar el sufrimiento de la malla. Se echó de menos un Campanilleros, pero el desiderátum estaba servido. Vivas, lágrimas, bullas. Una y media de la mañana. Y la Virgen riendo. Toda la calle fue una auténtica lluvia multicolor de flores. A la salida de la calle San Jacinto hubo que aliviar el peso del palio, que realizaba levantás a cámara lenta.

Como en un salón de corte, la Estrella recibió la real y última visita de la Virgen de la Salud antes de enfilar la calle San Jacinto, algo más despejada de gente y con el cansancio acusando la valentía de la gente del Tardón. En aquellos momentos solo restaba la fe, un impulso de fe inquebrantable. Probablemente, si no hubiera destino, la Virgen seguiría caminando. Son metáforas de la vida. Caminar con, por la Virgen. La absoluta oscuridad de la calle Batán aupó la llama blanca del palio hacia su plaza, tras toda una semana de lejanías y ausencias. A las 5:35 de la mañana se cerraron las puertas de la Parroquia de San Gonzalo.

Y la magia de estas locuras reside en la naturalidad. La semana que viene, la Virgen recibirá el beso de quienes verdaderamente han hecho posible el sueño de toda una Coronación. De quien se sienta en el mismo banco a rezar. De quien lleva su nombre suspendido en los labios. De quien enferma y de quien nace. Y todo seguirá como siempre. Las ventanas a media luz, los cielos claros y absortos, los patios en sombra y las aceras alfombrando los naranjos. Y volverán los “madre mía”, los “por qué”, los “mira qué guapa está, hijo”. Sin artificios ni simulacros. Sin oros ni naderías. A la hora de la verdad, del cara a cara, solo Ella basta. Por eso la quieren tanto. Y por eso la fe. Tu nombre para toda la vida. Salud.