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A la espera

Al hilo de la noticia publicada por el medio de comunicación El Correo de Andalucía, sobre la confirmación de pena de prisión preventiva para uno de los detenidos como presunto instigador de los desórdenes públicos de la Madrugada del Viernes Santo, elaboramos una nueva visión, quizás ya intrascendente, sobre lo acontecido.

Tres son los argumentos principales que ha alegado la Audiencia Nacional para impartir severa justicia: la “gravedad de los hechos” (evidente y lógicamente aceptable), “el historial delictivo” (motivo agravante, y quizás el más pesado para el arrestado) y un posible “riesgo de fuga”, si bien ha discurrido mes y medio desde aquella noche aciaga y las conclusiones son las mismas tras 17 años: nadie sabe nada.

Las magistradas, aún así, confían en “indicios que resultan más que corroborados” para dar validez a la condena. Declaraciones que, desde un punto de vista mínimamente racional pueden dar pie a interpretaciones ambiguas, incluso escépticas. Por otro lado, el abogado del investigado expone la “inexistencia de pruebas en contra” y que la medida de prisión es excepcional en estos casos. Es más que loable y altamente cualificado el trabajo de investigación de las magistradas, y de agradecer por la opinión pública, pero se mantiene imperante un clima de desconfianza hacia toda versión emitida oficialmente.

Ateniéndonos al artículo 557 bis del Código Penal, la referencia al citado castigo es clara: pena de uno a seis años de prisión cuando los hechos “se lleven a cabo en una manifestación o reunión numerosa de personas”. Como vemos, dentro del abanico temporal que comprende esta condena, la decisión es la más sólida y contundente de todas las permitidas. La investigación, recordemos, continúa en su fase inicial mientras que las autoridades siguen recabando testimonios personales y audiovisuales.

Sin embargo, siguen siendo multitud las noticias divulgadas en diversos medios de comunicación, especialmente en el referido decano. El dueño del bar en el que, según versiones oficiales, se originó la pelea que desencadenó todo el tumulto general, afirmaba que “se produjo allí una pelea que no pasó a mayores”, si bien varios nazarenos del tramo afectado, pertenecientes al cortejo que antecede al Señor del Gran Poder, apoyaban esta versión pues todo quedó en tensa calma. Solo una cosa clara: minutos después, el pánico y la catástrofe.

La lamentable y ruin actuación de los tres investigados debe ser contundentemente castigada acorde a la legitimidad de nuestras leyes. Pero es difícilmente sostenible la teoría del foco originado en la calle Arfe y la posterior expansión por las calles de toda la ciudad en cuestión de minutos. Los gritos de Alá es grande, Gora Eta, y demás premisas dirigidas a infundir el miedo incentivaron aún más el que ya de por sí anida en la conciencia social. Sin embargo, muchos piensan (pensamos) que el chivo expiatorio ya está creado y que, en algún lugar de Sevilla, alguien frota las manos ajeno a toda implicación. ¿Teoría censurable y poco creíble? Por supuesto. ¿Teoría popular, exclamada como un secreto a voces y generalizada? Con toda la razón del mundo.

 

(Fotografía José Campaña)