Blog

Setenta veces siete

Se despierta Sevilla una mañana de primavera que avecina a un día frío en la ciudad. Como si de aún diciembre se tratase, los vencejos todavía no han aparecido en el cielo, ni el azahar ha florecido en los naranjos. Pocas señales para lo que en menos de cuarenta días se está avecinando.

Comienzo mi andanza en una placita de mi ciudad, la Plaza del Salvador, dónde “Cristo muere por Amor, y Sevilla lo sabe…” Desde allí avanzo hasta mi destino. La primavera nos va cambiando, Sevilla silenciosamente se está preparando.

La gente va y viene en las vacías y poco discurridas calles del núcleo urbano. Las primeras horas de prisas ya pasaron, y se inunda por todos lados el olor a café de un bar ajetreado y a pan tostado, con un regusto final en el ambiente a incienso, canela y clavo.

Diálogos carentes de contenido para algunos y apreciados para otros, entre encuentros fortuitos. “Este año la cuaresma está siendo la de los conciertos de bandas, … ¡pero también la de los estrenos!”, “¿has visto los primeros palios montados? ¡Con lo que queda!”, “Este año con este frío, ¡parece que aún estamos en adviento en vez de en cuaresma!”, “¡Han subido el número de papeletas, y… de nazarenos!”. Los entendidos hacen creer y ver lo que no saben y dicen saber, los que saben, callan su entendimiento entre tanto postureo.

La mañana transcurre y yo con ella. Adentrándome en lo más profundo de la metrópolis, los comercios están transformando sus escaparates, los hierros crecen en la plaza de San Francisco, las calles chirrían de la poca cera que alberga ya en ellas. La gente espera a tomar medidas para su nueva túnica, su nuevo capirote, o comprar su nuevo cíngulo, otros, sin más, esperan intranquilos en una plaza a que el buen tiempo llegue a tiempo a la ciudad.

La temperatura incierta de estos días hace que me encuentre gente con prendas tan dispares como el propio tiempo. Algunos muy abrigados y otros aprovechando en cada rincón, los pocos rayos de sol que se resisten y juegan a aparecer entre las nubes del cielo.

Las calles se llenan de escolares, mayores y no tan mayores, que salen a comprar, trabajar, pasear o descansar de sus trabajos y asuntos propios. Los extranjeros llenan las calles de idiomas, sonrisas y colores. Se adentran en las iglesias más céntricas, con algún que otro devoto en el interior rezándole a su imagen. Está ya alguna que otra canastilla con su parihuela, ya montada en su interior. Ellos fotografían cada detalle, cada saliente que les asombra, cada movimiento insulso que para ellos está fuera de lo común.

Los palios se alzan entre las naves parroquiales de esta urbe, se anuncian los viacrucis nocturnos que llenan las calles de fieles y curiosos a últimas horas del día, colas madrugadoras a los besamanos tempranos, balcones con sus mejores galas, detalles de última hora que se están finalizando, las huellas de la cuaresma ya se están anunciando.

Me encuentro con gente conocida de a pie y de Sevilla, que aman igual o más mi pasión. Intercambiamos nuevas noticias, nuevos sucesos, nuevos estrenos, nuestras opiniones, y también, sobre nuestras hermandades. Todo sigue su curso, nosotros nos entendemos, “sólo entiende mi locura quien comparte mi pasión”, como sentenció Manuel Santiago, el conocido capataz.

Sevilla va tejiendo su mañana gris y nublada, y así su día. Voy viviendo un día envidiable, de los que gente como yo disfruta. Un día cuaresmal fuera de lo común por sus tonalidades frías, cada persona con su vida, viven como si no fuera a morir nunca, felices, cansados, tristes, enamorados, de aquí para allá, sin parar. Estoy feliz por la cuaresma y lo que trae consigo, feliz por disfrutar lo que tanto se anhela, lo poco que dura, lo rápido que apremia. La gloria eterna que llega, porque en Sevilla la vida son siete días, siete palabras la que pronunció Dios antes de morir por Amor, siete son las naves de nuestra Santa Iglesia Catedral y siete las Esperanzas que hay en Sevilla; que como dijo buen sevillano, EL PRINCIPIO, ES LA PALABRA Y LA PALABRA ES “SEVILLA”