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Un cuento sevillano de Navidad

Eran los últimos días de colegio antes de Navidad. Todos los alumnos estaban contentos porque se acercaban las vacaciones. Algunos iban a pasarlas en su pueblo con toda su familia, otros iban a ir de viaje, y otros se quedaban en Sevilla con sus padres y hermanos. Pero Ramón no estaba tan contento. Él pertenecía al tercer grupo, se quedaría en Sevilla con sus padres y hermanos. Pero, a diferencia de todos sus compañeros, su familia ese año no iba a celebrar la Navidad. La abuela de Ramón, Reyes, falleció unos meses antes de tan señaladas fechas. Y en una fiesta tan familiar y en la que se recuerda mucho a los seres queridos, los padres de Ramón habían decidido no celebrar la Navidad.

El último día de colegio antes de las vacaciones, Ramón estaba con su amigo Fernando en el recreo, y hablaron de cómo iban a pasar las fiestas. Fernando era el tercer hijo de un matrimonio humilde, e iba a pasar las Navidades con toda la familia en un pequeño pueblo del Aljarafe. Ramón durante esa conversación no pudo contenerse, y derramó alguna que otra lagrimilla. Ante esto, Fernando le dio una estampita del belén de la Parroquia de su pueblo y le dijo que si San José estaba contento porque estaba a punto de nacer Jesús, él también tenía que estar contento.

Llegó el día de Nochebuena, y aun acordándose de las palabras de Fernando, la pena de Ramón solo conseguía crecer. A la hora del almuerzo, Ramón le enseñó a sus padres la estampita del belén que le regaló Fernando, y sus padres se emocionaron. A la noche cenaron sin villancicos y sin adornos, y Ramón, cabizbajo, derramó una lágrima sobre el plato. Ante esto, los padres le dijeron que se fuese a la ducha y se arreglara para ir a la misa del gallo. A las once y media de la noche, los tres salieron de su casa camino de la Basílica del Gran Poder. El templo estaba repleto de jóvenes y no tan jóvenes esperando la llegada de uno de los días más importantes del cristianismo.

Poco antes del inicio de la misa, el hermano mayor del Gran Poder vio a Ramón triste y cabizbajo, y le propuso que fuese él quien llevase al Niño Jesús al nacimiento de la Basílica durante el Gloria. Ramón sonrío y asintió, fue la primera muestra de alegría del pequeño en todo el día. Comenzó la misa del Gallo, y los nervios de Ramón no hacían más que crecer. Llegó el momento del Gloria, todo el mundo cantaba mientras Ramón portaba al Niño y lo depositaba en el belén, a las plantas de la Virgen. En ese momento, al ver la cara de alegría de la Virgen, Ramón se acordó de su abuela Reyes, y mostró una sonrisa de oreja a oreja. Comprendió que, aunque ella ya no estuviera con ellos físicamente, se alegraba desde el cielo de que volviesen a acudir a la misa del Gallo. Nunca la basílica se llenó de tanta felicidad, dicen que hasta el Señor del Gran Poder sonrió esa noche.

Y no les falta razón, y es que el Señor puede con todas las penas, que ya las lleva en su cruz, para que todos estemos siempre alegres y más en estas fechas que celebramos su nacimiento. Ramón, tras la misa, repitió varias veces esa frase tan angelical: Gloria in excelsis Deo.