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Callejear por la ciudad

Callejear por la ciudad, buscando los rincones más hermoso de esta bendita ciudad mariana, buscando la humildad, el amor, la paz… te das cuenta que llegas a la Plaza de Dios, donde todo cambia, donde vive Dios rey del universo. Cuando encuentras ese sitio, esa plaza, vemos un portalón entre abierto, asomamos  solo la mirada y sentimos que el señor que dentro habita nos llama solo con su mirada.

Dentro sentimos que allí está la humildad y el amor que buscamos, allí está el Señor de la Misericordia, allí lo veremos en su casa, entre sus paredes solo hay amor al prójimo. En su mirada ternura, a pesar del dolor sufrido por el hombre. Misericordia Señor en tu mirada, en tus plantas Padre.

Estando a tus plantas Señor, todo cambia mi mirada se fija en la tuya, mi corazón se clava en tu pecho, se para el tiempo, lo agujas del reloj se congelaban, todo es diferente. Días atrás tú fuiste a verme, a pasear por Sevilla para que sintiera tu Misericordia, a darle a Sevilla tu Amor incondicional.

Fuiste Tú Padre, Señor de Sevilla, el que inundaste las calles de tu pueblo de Paz. Tú fuiste la Estrella que más brilló en aquella noche de otoño, con sabor a primavera. La Giralda replicaba con jolgorio, por Ti Señor, llegaba para habitar en sus adentro para dormir dentro de ella.

Tras tres días en el Corazón de Sevilla, llegaba la hora de volver a la Plaza de San Lorenzo, fueron muchos fieles lo que a tus plantas pasaron durante esos días, pero aún quedaba la vuelta a tu casa, un mar de devotos y fieles acompañan al Señor, lágrimas en los ojos, plegarias mientras te veían pasar, el tiempo se paraba no había más belleza que verte delante de mí, y que con solo mirarte me hablaras, cosas que solo tú y yo sabremos Padre. Te seguí tras tus pasos, te fui pidiendo salud y amor para todos Señor, y gracias por lo que me distes.

Llegabas a tu Plaza, y consigo se hizo el silencio, la Plaza enmudeció, porque llegaba el vecino más antiguo de San Lorenzo. Solo tuve que girar la mirada y verte venir valiente, andando siempre de frente, sin cambiar el son de tu caminar. Mientras te observa una voz rompía el silencio para rezarte con la Saeta, Misericordia decía, Misericordia para Sevilla, para tu pueblo.

Ya estabas entrado en la Plaza enfilando el dintel de tu casa, donde tu Madre te esperaba con su Mayor Dolor, te volviste de nuevo para mirarme, para fijar tu mirada en mi Corazón, para que grabase ese momento único en mi retina, poco a poco te fuiste perdiendo en la oscuridad, pero antes de irte no supe decir más que gracias, gracias por lo que me has regalado por haber venido a verme y que Sevilla te acompañe.

Volviendo atrás, días después volví a pasear por las calle de tu pueblo, y callejeando volví a esa Plaza, que está llena de Amor y Humildad, y me acerque a esa puerta, entre abierta estaba, volví a asomar mi mirada hacia dentro, y allí estabas, con tu cruz al hombro y siendo tan Humilde me pediste que entrará a verte, que habláramos un ratito entre tú y yo. Y sin dudarlo entre valiente, sin timidez me fui hacia ti y a tus plantas me plante, y te volví a dar gracias Señor, por aquellos días que me regalaste, por tu Misericordia, por tu Humildad, el Dios vivo. Porque Dios vive, y lo hace en San Lorenzo y solo ante ti estuve Señor, a tus plantas me postré Gran Poder, Señor de Sevilla.