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Sobre la fugacidad del milagro

El perfil y el trazo del paseo son similares a los de ayer noche. El río sigue vertiendo su oro en las apacibles y calmadas orillas, frágiles luciérnagas de mármol lunar y plateado. De vez en cuando, un barco atraviesa las aguas y agrieta esta apacible quietud de cristales milenarios. Al poco tiempo, el percance se vuelve llanura acuosa y se restablece este juego de luces incandescentes.

Sin embargo, estas esferas blancas, como de alabastro, no terminan de apaciguar su movimiento. Las observé, y temblaban.  Se mostraban azoradas, nerviosas. No recuperaban su sosiego habitual. Como si alguna fuerza subterránea, desde las profundidades del Guadalquivir, agitara los cimientos de su cauce e hiciera vibrar la cava.

Y es extraño, porque en contadas ocasiones la intranquilidad y el revuelo se adueñan de la ribera, quizás solo los días y las noches en los que Triana decide irse a Sevilla, con todo lo que ello conlleva. Es decir, con sus vecinas. Que se dice pronto.

Me retiré, absorto, de la contemplación nocturna. A mi espalda, una espadaña violácea y firme (ay, Castilla en alboroto morado y raso las tardes de viernes)  se alzaba por entre los tejados encalados. En este lugar, en esta explanada, suele haber normalmente reuniones de hermanos rematando sus misas y festejando posteriores convivencias. Ayer no.

Un portón de acero, vertical y espigado, da entrada trasera a esta Parroquia.  El temblor prosigue, renace y se reconstruye. Un gran ajedrez de cuadriculadas ventanas proyecta cruces lumínicos en el aire y en los árboles nacidos de la cuenca del río. Ya están los hermanos de la O arreglando cuentas, celebrando cabildos o redactando cartas, o al menos eso supuse. Trabajos propios de la gestión de una Hermandad, que no hay encargo más generoso y más desprendido. Es voluntad de amar.

De vuelta a casa, me apresuré por si cogía abierta la iglesia, pero no hubo suerte. Hoy, precisamente, tengo que volver a cruzar por esta la calle, pulmón comercial del barrio desde siempre. Y origen de las primeras congregaciones religiosas de Triana: unos 450 años, por poner un ejemplo más o menos aproximado. Esta vez sí hubo suerte y, como cualquier vecino, entré un momento para abstraerme de todo factor mundano.

El Señor en su camarín, Capilla Sixtina del arte de la alfarería, contempla el milagro en su abrumadora serenidad. Un hachazo de asombro, de confusión. Un tajo de realidad, de escena atemporal, impropia de este octubre que agoniza. Y se me escapó tu nombre, breve y agudo, sin quererlo. Tu nombre, que lo repetían anoche los cristales bramando contra las orillas, como espumas de marfil galopando sobre las olas.

Una rosa purpúrea, cuyos pétalos sostienen un sol de junio fraguado en la cava de Triana, ha florecido entre barrotes de plata, bajo cascadas bordadas de oro. Y, por si fuera poco, está mirando al río. Ahora sé, Dios mío, por qué temblaban anoche las estrellas.

A continuación les ofrecemos el reportaje que nuestro compañero Juan Velasco ha hecho esta mañana en la Parroquia de la O.