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Como una rosa de abril

Un lucero perfecto, deslumbrante, que contenía la entrega, la fe y el amor. Y entre todos los confeccionistas del metal argénteo ayudaron a Monseñor a posarlo suavemente sobre sus cuencas doloridas de marfil. De esta forma, pasada la una de la tarde, cuando dicha estrella circundaba las sienes de la Virgen de la Paz se sumaba a la nómina de vírgenes coronadas canónicamente en la ciudad de Sevilla. Por delante, cerca de diez horas de glorioso regreso a las calles del Porvenir.

Con la Agrupación Musical de la Encarnación abriendo la comitiva, una colorida legión de agujas bordadas precedía el triunfante compás abierto de la Virgen, cuya salida de la Catedral anunciaron a rebato las veinticinco campanas de la Giralda. El calor, que a priori mermaría la presencia de público en esas horas centrales, una masa humana prometía a la Hermandad insistente compañía.

Alrededor de 500 hermanos acompañaron a la Virgen con cirio hasta el Andén del Ayuntamiento, donde voluntariamente se retiraron (curiosamente, todo el cortejo). Seguidamente, las distintas representaciones formaron un pasillo al paso de palio, que fue recibido por la Corporación Municipal cuando el reloj de la Casa Consistorial marcaba las siete de la tarde. Sonó Coronación de la Paz del maestro Hurtado para girar 180 grados y encarar la Plaza Nueva atravesando una rojiza alfombra de sal cuidadosamente dibujada por paisanos sanluqueños. Un sordo murmullo aguardaba inquietante alguna sorpresa que no se haría de rogar: los primeros acordes de Lloran los clarines se elevaron a pulso a la par que la Virgen, y cuando terminó el solo de trompeta (interpretado magistralmente por un músico desde uno de los balcones) rompió a andar como si del alma saliera, mientras un auténtico lienzo de pétalos coloreaba la malla del palio. Todo un clamor.

Una vez realizados los formalismos, la Cruz de Guía ponía rumbo al Porvenir por las calles del Arenal, donde se produjeron los momentos de mayor masificación delante del paso. Destacar la espléndida petalada que recibió la Virgen en la calle Gamazo al romper el fuerte de Campanilleros. Metros más adelante, el CECOP activó el dispositivo de seguridad en la zona de Arfe y Postigo, dejando imágenes un tanto insulsas y vacías de emoción. Pasadas las nueve y media, y cumpliendo el horario en la medida de lo posible, se enfilaba Tomás de Ibarra. Inflexible el control policial: alrededor de diez parejas de agentes despejaban el inicio del cortejo que, por cierto, lo formaban más bien los propios “cangrejeros” y algunos hermanos. El último tramo de la Avenida sirvió para dar descanso a acólitos (merecido tras las severas palizas de foráneos y, de los no tan foráneos) y costaleros.

Y la insistencia de las masas no vislumbraba intenciones de abandonar a la Virgen de la Paz. Prueba de ello es su paso por el Rectorado. Cerca de una hora antes, ya había personas agolpadas en la cancela del recinto universitario (que, por cierto, no se abrió hasta que llegó el paso a las proximidades de la misma). Una vez dentro y con completa oscuridad, se abrieron las puertas de la Capilla para que la Virgen se detuviera ante la siempre dulce y dormida imagen del Cristo del buen morir. La solitaria campana anunció en repique el adiós de la Virgen, que se despidió con una soberana revirá a los sones de Macarena, del maestro toledano.

Al salir a la Glorieta del Cid, una inesperada aglomeración sorprendió a la Hermandad. A pesar de ello, cinco imperiales chicotás sirvieron para que el palio arribara en la Torre Norte de la Plaza de España, dejando momentos que se extrañan en procesiones de índole extraordinaria. En resumidas cuentas, ver un palio andando a paso limpio y abierto. Cercana ya la primera hora del domingo, y con Aníbal González aliviado en su bronce por el regreso de la Madre al barrio, no disminuía la afluencia de público, que se agolpó en el extremo sur de la Plaza que simboliza el abrazo del mundo a toda Iberoamérica. Como era de esperar (aspecto este bastante cuestionado por la falta de sorpresas), la Virgen se detuvo ante el balcón. Un devoto le dedicó una sentida salve y el palio volvió a levantarse a pulso con la marcha del Comandante, momento característico de esos Domingos de Ramos que agonizan, y que protagoniza esa caldera de mármol encendido que tiene la Plaza de España como identificativo paso de palio. Más elegante incluso que en el Ayuntamiento, la Paz despidió el Parque para adentrarse de lleno en su barrio, que ha acusado su ausencia esta semana.

Y, aunque todo hacía presagiar que en sus engalanadas calles se desbordarían las horas y el tiempo carecería de orden y medida, la Virgen llegó a las tres y diez de la mañana al cancel de la Parroquia de San Sebastián, si bien es menester destacar momentos mágicos en la calle Progreso con la interpretación del Ave María, de Shubert, por parte de la Banda de Santa Ana que, estoicamente, tiró de corazón en las últimas horas (y durante los dos días de acompañamiento, dicho sea de paso), ofreciendo un notable nivel musical. En la calle Brasil hermanos del Tiro de Línea ofrecieron una última petalada para la Virgen de la Paz que, a falta de escasos minutos para las tres y media de la madrugada, atravesaba el dintel de la Parroquia de San Sebastián.

Se cerraba así una semana de ensueño para los hermanos del Porvenir, barrio que guardará en su todavía joven memoria una demostración única de amor y fe a la Virgen de la mirada quebrantada. “Bonita, alegre y graciosa/como una rosa de abril”, cantó Antonio Molina en la despedida a España. Así son nuestras cosas: con Ella se cierra todo lo que empieza. Y todo lo que empieza volverá a granar cuando esa Rosa blanca abra de par en par las puertas de una nueva primavera. Y las de una nueva Semana Santa.

 

(Fotografía Victor González)