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En nombre de todos

Ya es el momento. Creo que es el momento. He refugiado mi pensamiento en el eclecticismo y en la imparcialidad, y a lo que mi postura comprende, será siempre el método a seguir en este tipo de cuestiones. Nunca he sido el más indicado para abordar, desde mi utópico juicio ecuánime, unos asuntos que deben ser competencias  reservadas generalmente a los altos, y a veces negados, mandatarios. Es más, nunca he sufrido en mis propias carnes los problemas que acarrea la noche más maravillosa del año en Sevilla. Pero sé perfectamente cuándo la prolongación de un tema comienza a resultar un tanto latoso y engorroso.

No voy a entrar, ni mucho menos, en juicios de valores ni incriminaciones individuales o colectivas. Quiero hablar desde el pueblo, y de lo que ve y siente el pueblo. Al fin y al cabo, la multitud y el devoto son los que lo sufren y sobrellevan. Y, por milagro de la fe, se adaptan al pesar y al devenir, sin elevar el dedo acusador (espero que en la mayoría de los casos) hacia otros hermanos de penitencia.

Borremos de las hojas de la actualidad la tan oportuna máxima que Plauto, ya en el siglo I a.C, y posteriormente Hobbes, acuñara al principal valor negativo del hombre, el egoísmo: “homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre. Desprendámonos de las egolatrías, los narcisismos, de los yo tengo más importancia, de los yo soy intocable. De los complejos, de las ya poco a poco desaparecidas rivalidades, de concordias seculares, de recorridos intangibles. Renovarse o morir. Debemos adaptarnos a unos tiempos cada vez más veloces y vertiginosos, y es menester rehusar del inmovilismo. Pero, por favor, mantengamos el don más valioso que le ha sido entregado al hombre. La palabra.

Robamos protagonismo a quienes verdaderamente lo merecen. Lo que Ellos están recibiendo con las últimas actuaciones de sus hijos no son más que discordias, rencillas y disputas, sombreando y ennegreciendo la historia de una semana única en el mundo cristiano, cuyos valores de fraternidad, consanguinidad y, ojo a lo que viene, hermandad, se están viendo desfigurados y alterados.

Ahora solo busco adentrarme en sus pensamientos. Sus impresiones, sus miradas. Quiero pensar en las palabras aéreas y tiznadas de preocupación suspendidas en la orilla de Pureza. Prefiero pensar en el bronce de sus manos, en sus enaguas calés y gualdas. Prefiero pensar en un lamento plañidero, lastimero… y dulce, por culpa de un mensaje que empieza a tomar un cariz de Calvario. Y prefiero pensar en el revuelo de suspiros que abraza el camarín de Marmolejo. Y en Él, único sentido y eje angular de nuestros sueños.

Nos dice Mateo, 18:18-21: “Os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”

Dicho esto, recurro a la evasión y al escapismo. Porque me reconforta pensar en Su palabra. A partir de aquí, prefiero pensar y juzgar como Él. Como lo ha hecho siempre, y como seguirá haciendo. Predicando su ejemplo. En Silencio. 

Fotografía: José Campaña