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Guarden su beso

A pesar de esta inusitada carencia de bajas temperaturas y de latosos abrigos en ristre, sabemos que el verdadero frío emana del desamparo y de la indefensión. Por eso, aquí nunca tenemos frío. Y menos en diciembre.

Diciembre, ya hincadas sus gélidas garras en el calendario, rasga con dolorosa y despiadada avidez las últimas cifras del almanaque raído y ajado. Pero hay un día en el que detiene su empresa cíclica y anual. Él lo sabe, y nadie osará interrumpirlo.

El frío de diciembre es ahora calor. Lo saben en el Paseo de la ribera milenaria, el paseo de la cava y del castillo. Lo sabe el mismísimo río, que sube la marea para peinar con su tímido oleaje el revuelo de Castilla. Y, sorprendido, no puede más que suspirar un ¡Oh!, de asombro y entrega. Oh, María.

Lo sabe su madre, Santa Ana, que, buscando a su niña de atezada mejilla, lanza un beso etéreo al aire candente de una calle Larga atestada de almas en vilo. Esperará una nueva Madrugada para verla, cansada y sonriente, tras la ojival cortina del tiempo. Lo sabe la luna, que asoma sus labios incandescentes y argénteos al balcón de la cava, del castillo y la ribera. Y le brindará su delicado mimo convertido en mirada anciana y vecina, agradeciendo un nuevo diciembre.

Lo sabe Juan de Mesa, y Juan también se llama el que llora en San Martín. Lo sabe la pluma eterna de Cervantes, así como la lanza que hiere el espacio a lomos de un corpulento caballo encabritado. Lo sabe Él, que busca en su Enfermera un Buen Fin y una cura divina. Un beso de sangre para una mirada de vida.

Lo sabe calle Sol, por la que no cabe más pueblo rendido, que pregonara el ursaonense. Y el mismo sol trinitario es encaje de su garbo, toca para sus lágrimas y manto para su gloria. Donosura en la tristeza, que destila eternas despedidas en el umbral del desenlace. Lo sabe María, Auxiliadora nuestra.

Lo saben también los muros de Caballerizas que, en pétrea caricia de limitada estrechez, besan también el misterio de su Gracia, que se desparrama incontrolablemente a través de las danzas agitadas y candentes de la cera lastimosa y consumida.

Y lo sabe el mundo. Lo sabe el Arco, alfil anunciador de nuevas primaveras y custodio de plegarias y gratitudes. Y lo sabe Sevilla que, en envidiable y querida fortuna, tiene la dichosa ventura de compartir tierra, planeta y universo con la vecina, mujer y madre que posee la virtud más excepcional del universo, que combate y vence, como siempre, al frío de la soledad. Guarden un beso para Ella, como ofrenda y presente para el porvenir. Guarden un beso a la Esperanza.