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Historia de una Estrella

Todo en el mismo cielo se confundía. La tonalidad argentada de las nubes no insinuaba mal presagio al fin y al cabo. No supimos interpretarlo. Las nubes de esa tarde eran fruto de 450 años itinerantes en la física, en el movimiento, y sedentarias en el corazón de San Julián. Un barrio que rezuma compromiso, entrega y abnegación. Se visten de plata porque el oro lo llevan dentro, pulido a lo largo de toda su azarosa historia con cada herida insufrible de la que supieron reponerse. Sirva de reconocimiento en nombre de los cofrades esta plausible forma de querer a Dios y a la Virgen de la Hiniesta.

Pasaban las cuatro y cuarto de la tarde cuando los primeros varales entrecanos acariciaban, como tantas y tantas veces, el ojival dintel de la Parroquia. Sevilla, siempre tildada de jaranera y festiva, sabe perfectamente los momentos en los que la respiración pasa a segundo plano. Aquí encontramos uno de ellos: independientemente de la posición, ángulo o perspectiva, el silencio es imperial. A ti y a mí nos pasa lo mismo. Ese miedo agudo que nos impide exhalar cualquier tipo de suspiro para no interferir en el loable sacrificio de los costaleros. Ya está en la calle. Las campanas de San Julián pregonaban al cielo la buena nueva, y este despejó su coloración grisácea para dejar paso al zafiro limpio del otoño. Ya tenemos el azul. Floreció la flor de la retama.

Acompañada de los hermanos con cirio y numerosas representaciones que poseen lazos comunes de unión con la Hermandad, los primeros compases de la procesión estuvieron marcados por la proximidad de la Virgen a la barriada de León XIII, donde viven muchos hermanos, y el saludo a la Pastora de Capuchinos, en plena Ronda. Una vez abandonada la arteria nordeste de la ciudad, se acercó a la muralla, y la arrulló hasta llegar a la calle Aniceto Sáenz, donde le recibían todos los encargados y personas mayores del comedor social del Pumarejo, almas caritativas que sirven al necesitado. Se vivieron momentos especiales, cuanto menos emotivos. Eso sí, jaspeados por la ingente multitud que se congregó en la delantera del paso. Una bulla titánica en la que hubo hasta ciertos instantes de tensión y personas que tuvieron que ser atendidas por ansiedad. Todo quedó eclipsado por la espectacular macro-petalada (que se repetiría unos metros más adelante en la Plaza del Pumarejo), y por las sevillanas que arroparon la revirá de la Virgen tras saludar a la institución.

Se retiraron las representaciones y el cuerpo de hermanos, cuando cayó la noche. Atravesada Relator y un buen tramo de Feria con el correspondiente saludo a Omnium Sanctorum, la cuadrilla del Señor de la Buena Muerte gozó del bendito trabajo de llevar a su madre sobre sus costales a la altura de Correduría. Llegó a San Martín, donde se produciría uno de los momentos más esperados de la procesión. La banda de Santa María Magdalena de Arahal tendría el honor de interpretar composiciones desde la parroquia donde reside la Sagrada Lanzada hasta la Capilla del Rosario. Marchas como Estrella Sublime, Campanilleros o Madre Hiniesta se interpretaron tras la Virgen, una imagen que será recordada durante muchos años por los presentes. Toda la Sevilla apasionada de la música procesional no podía hacer otra cosa que coincidir: incalificable la Agrupación de don Manuel Rodríguez Ruiz.

Se superaba la medianoche, y ni por esas. Nadie quería dejar sola a la Hiniesta, que tras rendir pleitesía a la Virgen del Rosario, alcanzaba San Juan de la Palma. Sonó Amarguras, y más de uno tuvo la dicha de saborear un sueño de primavera, como si de un Domingo de Ramos se tratase. Maravillosa sea la espera.

Finalizadas las cortesías en los Terceros y en San Román, volvieron a ser las dos cuando enfiló la calle Socorro dirección San Marcos. No perdonó el cambio de horario, pero a esas alturas de la procesión poco importaba. El barrio volvió a recibirla tras casi 12 horas de procesión, y dieron exactamente las 5.47 de la mañana (las 6.47 si tenemos en cuenta el horario anterior) cuando se consumió la efeméride y la Virgen entró en su Parroquia.

En esos momentos volvió el azul. Un azul lívido, con tintes violáceos, que precedían el alba. Todas las estrellas quedaron sumidas en la claridad paulatina y tímida de la amanecida dominical. Sin embargo, en la más profunda opacidad de las naves gótico-mudéjares de San Julián, quedó guardado el tesoro y el latir del barrio. Volverá a salir, como las demás, en la inmensidad del universo, revestida de plata. Pero en Sevilla tenemos la suerte de tener el destello de su fe. El destello de una luz incandescente. La luz de la Estrella Sublime.