Blog

Los domingos de San Juan de la Palma

El domingo de Ramos llega. Un sol ardiente ilumina de victoria el cielo de la ciudad más maravillosa del mundo, y una estrella guía el camino, el único que existe, el de la verdad. Todo es paz y armonía, en los ojos de los niños se ve reflejada la gracia y esperanza de un pueblo enfervorecido. El día ha llegado, aquí está el momento que la ciudad un año entero aguarda.

Pero el destino, caprichoso siempre, nos depara un lugar distinto, nos lleva a la calle feria, donde en un día tan grande se respira una pizca de amargura, la vida misma, la felicidad va acompañada de algo de tristeza.

Y allá, al principio de esta calle se encuentra San Juan de la Palma. Dentro espera, en un portentoso trono, un rey malvado, sin compasión, que pretende llenar de amargura el corazón de los allí presentes. Un humilde hombre, vestido de blanco pues por loco le toman, permanece erguido manteniendo la compostura ante semejante escena. Pero la cosa no queda aquí, esa escena, el misterio de San Juan de la Palma sale a calle.

Delante lleva una legión de fieles siervos dispuestos a dar guerra al tirano. Armados van de cirios y acompasados caminan de forma asombrosa. Un tal Julio Vera afina su corneta, quiere ponerle música a esta escena. Un himno propio suena, Silencio Blanco, y parece que la escena muda de color, la mirada omnipotente de Herodes no parece tan fiera, Manolo Villanueva al martillo le reta. Suena música de Triana, las filas de fieles servidores avanzan sin descanso, no temen al enemigo . El misterio sin complejo tampoco se detiene y la gente que aplaudir quiere, callada se queda, asombrada por una verdad inquebrantable. La cosa cambia, hasta a Jesús se le cambia el rostro, ya han salido de la amargura de San Juan de la Palma.

Aunque acompañada de San Juan, María llora en su amargura, plegando a gritos y sin decir una palabra. Pese a su dolor sus hijos la levantan, y una sinfonía suena por la banda de Nuestra señora del Águila. Aunque amarguras tiene por nombre, un himno supone de Nuestra semana santa. Qué maravilla del Maestro Font de Anta.

Por eso amigo mío, pese a que la alegría se torne en llanto, la felicidad en amargura, siempre sabe Sevilla curar una herida, símbolo de nuestra semana grande ha sido y será por siempre la hermandad de la Amargura.