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El incansable camino de la fe

El camino nunca es excesivamente longevo. El sendero de la fe no es lo suficientemente extenuante como para no caminarlo. Lo demostró Jesús tras 40 días en el desierto o Santiago el mayor al llegar a la tierra dónde yace y de la que es patrón. El andar de la fe llegó hasta las entrañas de la mismísima Roma.

Eso mismo lo demuestra un martes al año, un pueblo guiado por su incansable devoción. Nada es capaz de detener su andar sin descanso, sin reparos, ajeno de vacilaciones, de ese pueblo, que su fe ciega les guía y lleva hasta el corazón de Sevilla.

Un pueblo que paradojas de la vida, muestra su devoción a una advocación cristífera, como la del Cristo del Desamparo y Abandono. Porque si algo tiene ese pueblo es el calor maternal que desprende hacia sus amantísimos titulares.

Un pueblo encarnado en un barrio, que con una inconmensurable fuerza, sana los dolores de su madre María. A sabiendas de la envergadura de su camino, aprietan sobre su pecho la estampa de sus devociones, y con humildad echan a andar su camino.

Por ello, cada Martes Santo, podemos ver como cargados de cirios y costales,  el barrio del Cerro cumple con su penitencia por las calles de Sevilla, su ciudad.

 

(Fotografías Pedro J Clavijo)