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Crónica del Traslado de los titulares de Jesús Despojado a su capilla de Molviedro

Restaban diez minutos para las nueve de la noche cuando D. Manuel Cotrino daba por concluida la misa previa al traslado de las imágenes de Jesús Despojado a la Capilla del Mayor Dolor motivada por las obras en el retablo, que contó con la presencia de un gran número de devotos y hermanos y con la Coral Polifónica de la Hermandad. Antes de organizar la procesión, la Hermandad recibió al Párroco del Sagrario como Hermano Honorario, reconocimiento aprobado por unanimidad en Cabildo de Oficiales el pasado 10 de julio, como muestra de agradecimiento por su acogida y trato exquisito durante estos meses de verano.

Cayó la noche (prontamente, preludio de unos días que poco a poco comienzan a irse pronto) cuando el cortejo -cincuenta parejas aproximadamente precediendo cada una de las andas- comenzó a desfilar desde las alturas de las gradas catedralicias. El trío de Capilla del Liceo de Moguer interpretaba las Saetas del Silencio a Jesús Despojado. Esta vez las imágenes no descendieron hasta llegar al lateral de la Puerta del Bautismo; directamente los hermanos costaleros salvaron los menudos escalones (y los inofensivos pero vitales macetones con función de bolardo preventivo) hasta pisar los raíles de la Avenida de la Constitución.

Muchísimo público se congregaba a las puertas del Sagrario, amén de los transeúntes que por mor de la necesidad (o el capricho) cruzaban por la antigua calle Génova. Una apacible y leve brisa, que a veces dificultaba el encendido de los cirios, serpenteaba por las esquinas de un Arenal repleto y algo ruidoso. Tan solo la estrechez de Fernández y González, iluminada tibiamente por alguna farola moribunda y cálida compuso los momentos de más recogimiento del traslado. Las gitanillas se asomaban por las rejas de los balcones y alguien mayor cruzaba su mirada con la de la Virgen, esculpidas en el aire por un instante fugaz. El humo (y el olor) del incienso se confundía con el de las freidurías, y el personal disfrutaba en los veladores de su penúltima cerveza y de su aceitoso cartucho de adobo, a excepción de algunas personas que mantenían la decencia y la compostura cuando pasaban las imágenes ante ellos.

La calle Padre Marchena se sumó también a la sobriedad que el traslado requería. Es una calle que padece de soledades. Nunca se ha transitado; sus paredes son finas y esbeltas y en ella hay más noche que en ningún sitio. Pero es una calle sevillana: vacía, ajena al ruido, sin escándalos pero realmente cotidiana: el Economato de la Santa Caridad la mantiene. Un azulejo de la Esperanza de Triana (Hermandad a la que agradecemos el préstamo de las andas y demás enseres que ha portado la Virgen) se vislumbra en la cal. Parece almíbar y no cerámica. La medida de la calle es exacta, perfecta. Nunca se encuentra por casualidad, hay que ir a verla, solo sea por desquitarse de la monotonía del bullicio céntrico. Solo cobra vida cuando Jesús Despojado cierra el último domingo de Cuaresma en su Vía Crucis. Es una calle para ver a Dios cerca.

Pasadas las diez y media de la noche entraba en su capilla la imagen de Antonio Perea, y poco después hacía lo propio la Virgen de los Dolores y Misericordia, envuelta en una nube de flashes y trípodes, y mirando al pueblo. Cerradas las puertas, y con las andas en paralelo, los hermanos entonaron oraciones y se dio por concluido el traslado satisfactoriamente.

La semana que viene comienzan los cultos a María Santísima, y para ello se ha confeccionado un altar provisional en sustitución al retablo que preside la iglesia, anónimo del siglo XVIII. La primera fase del proyecto de la Junta de Rafael Aranda ya ha culminado: se ha desmontado pieza a pieza para rehabilitarlo, proceso que llevará al menos dos años. También se ha aprovechado para mejorar la pintura de la capilla, el sistema eléctrico de la misma y el acristalado del suelo.

Por mucho que se intente levantar una barrera ciega e insonora entre el público y los participantes del cortejo, lo cierto es que los sentidos experimentan una afinación considerable, para bien y para mal. En una de las calles, no recuerdo bien dónde, un padre explicaba a su hijo cada uno de los detalles de la procesión. Atento, como buscando el por qué con los ojos, el niño callaba. Cuando su padre terminó la lección que llevará consigo toda la vida, él solo exclamó: “Jo, papá, yo quiero que sea ya Semana Santa”

Todo comienza en septiembre. Todo vuelve en septiembre.

(Fotografía Rafa Soldado/Vídeo Alejandro Patón y Antonio Lguna)

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