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Bendiciendo septiembre

Más de medio siglo te separan de aquella instantánea en blanco y negro. Dos candeleros como escoltas, centro de flores a los pies y todo bordado abrumando aquella mirada nueva, limpia, recién nacida. En un rinconcito de San Julián se te adelantó el paso del tiempo, impío en su afán de robarte las gracias de la vida. Jamás tuviste adolescencia ni primaveras que descontar. Como el otoño que por entonces se acercaba, maduraste con un dolor seco y caliente que te acompañaría para siempre. Hoy día siguen entornados tus ojos hacia un cielo que posa en ti su azul, su brillo, sus noches claras desdibujando estrellas.

Antonio Fernández y su madre presentaron tu verdad y lucharon por ella, ejercicio de fe inquebrantable. Y Antonio Eslava cinceló en tu entrecejo un recuerdo duro, pero real y siempre cercano: humanidad, llanto, desconsuelo. El hijo que sufre, el hijo que duele. La vida misma.

Volví a cruzar el otro día por la plaza. Un hachazo de vacío, de soledad, de desamparo, convirtieron el paseo en ansias de reencuentro y de regreso. Todo parecía estéril, yermo, alejado del sol del Domingo de Ramos. Pero todo estaba perfectamente cuidado. Las mismas historias, los mismos amores que allí se fraguaron. Un sol anaranjado y pesado viene a morir en las puertas de la capilla. Allí todo me supo a nada. No hay nadie detrás de ellas. No estás detrás de ellas. Cómo pesa el mundo y cómo pesa tu ausencia.

Hace 55 años de tu llegada a esta tierra, que conoces como nadie, palmo a palmo. San Julián, San Bartolomé, San Gil… el Sagrario. Si tres meses nos han causado vértigo y eternidad, no quiero imaginarme años. Sin embargo, quién sabe cuándo otra Virgen de Sevilla volverá a verse, cara a cara, con la Virgen de Sevilla y con Sevilla. Agosto esconde para sí algunos privilegios irrepetibles.

Septiembre vuelve a citarme, pero no donde acostumbra. El corazón me lleva lejos de donde te conocí, de donde te lloré, de donde te pedí, de donde fui feliz, de donde fui niño, de donde he sido hombre. Queremos morir el verano y traerte a casa. Queremos cruzar nuestros ojos con los tuyos, y queremos la Función del domingo. Queremos doblar la esquina de Fray Bartolomé y entregarnos al beso, al milagro de tu cercanía. Queremos la sombra de la cruz de hierro y queremos contarte cosas. Queremos que vuelvas. Queremos cumplir septiembres contigo. No sabes cuánto se quiere a quien se duele de la vida. Y por eso te queremos.

Felicidades, Madre. Que septiembre nos siga citando.

(Fotografía José Campaña/Vídeo Miguel Ángel Vilas)