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Y se hizo Pentecostés

Otro año más los romeros toman los caminos y otro año más la fe se hizo Rocío. Cincuenta días de que Jesús muriera y resucitara, cincuenta días para recibir el Espíritu Santo sobre la verdad de Dios. Y en nuestra fe se vive, y con una devoción infinita.

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse.” Hechos 2:1-4

La devoción y nuestras costumbres marcan el compás y segundero de nuestras vidas. Miles de peregrinos hacen el camino del Rocío, una tradición heredada de padres a hijos, de abuelos a nietos, un camino que se hace duro por la meteorología, la caminata y el terreno que hay que atravesar. Cada paso cuesta y cuenta un poco más para llegar.

Promesas que llenan el andar del trayecto de una fuerza infinita para seguir, para transitarlos y para llegar a la ermita para verla a Ella y que todo se vuelva a cumplir.

La esperanza inunda el recorrido, la esperanza que se vislumbra en los ojos de cada caminante y que se traduce a la ilusión de volver a ponerse a las plantas de la Virgen del Rocío. La emoción de sentir, de dejarse en ella, de olvidar los quehaceres, de darse únicamente para que en sus manos cada plegaria se guarde.

Un camino, que fuera de todo estereotipo y creencia sobre él, es penitencia y gloria, es fe y búsqueda de ella, es unión entre hermanos y convivencia para un mismo fin, es creer que el Espíritu del Señor está con nosotros, y que la Virgen nos muestra que así es y así será.

La Virgen del Rocío vuelve a fundirse entre sus romeros y peregrinos, la emoción estalló la madrugada del domingo al lunes. Un año más, la fe se hizo Rocío.

 

(Fotografía José Campaña)