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La Divina Pastora de las Almas, devoción netamente sevillana

El pasado sábado 24 de junio, se celebró por las Hermandades de la Divina Pastora el inicio de esta devoción. Esta devoción nació en Sevilla de la mano del capuchino V. Isidoro de Sevilla. Corría  junio de 1703. Recién llegado de Cádiz, donde se había experimentado como apóstol del rosario público procesional, se hizo cargo del de la Parroquia de San Gil.

Cuenta él mismo que, en la fiesta de San Juan Bautista, el que señaló al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, meditando en el coro de su convento sobre cómo ofrecer alguna innovación en la piedad mariana hispalense que favoreciera sus desvelos apostólicos, tuvo la piadosa ocurrencia de presentar a la Virgen como Divina Pastora de las Almas, es decir, en su oficio de mediación derivada de su maternidad divina, aunque como vamos a ver, tendría que salir del convento para iniciar este nuevo apostolado mariano.

A la mañana siguiente, solícito e ilusionado, acudió con su hermano, para que le respaldara económicamente en su encargo, al taller del pintor Miguel Alonso de Tovar y le dio las instrucciones pertinentes. Terminada la obra pictórica, decidió montarla en un simpecado para presidir su rosario de San Gil. El 8 de septiembre de dicho año, encaminándolo a la Alameda, la presentó a Sevilla. Por primera vez en el Orbe Católico se veneraba a la Virgen con tal advocación. En esta parroquia tiene por tanto acta de nacimiento este evocador título mariano.

Tal fue el éxito, que trece días después estaba instituida su Hermandad en dicha parroquia, aunque pronto habría de trasladarse a Santa Marina. Ya tenemos al agente de dicha devoción: el P. Isidoro de Sevilla, como obra personal suya, a su primer icono y a su primera hermandad.

A renglón seguido vino el encargar la primera obra escultórica al afamado Francisco Antonio Gijón, cuya casa, en la calle actualmente de su nombre, era popularmente apodada como Casa de la Pastora, bendecida en 1705. Todo ello sigue siendo patrimonio de la primitiva Hermandad, que hoy reside en la Capilla de San Bernardo, vulgo de los Viejos.

Los capuchinos, bien por envidia o por miedo a las novedades, rechazaron en un principio esta nueva devoción, excepto un grupo cercano a dicho P. Isidoro. En 1718 el Definitorio Provincial manda retirar del culto la imagen de Granada, la primera que se había introducido en un convento. En el de Sevilla no entró una imagen de Divina Pastora hasta 1750, muerto el fundador de la advocación mariana, y en la capilla de la Orden Tercera. No es otra que la imagen venerada en Moguer.

Hay que esperar a 1797 para que se introduzca una imagen con esta advocación en la iglesia conventual, ya en tiempos del Beato Diego José de Cádiz, que difunde esta devoción y la consolida entre los capuchinos, sobre todo en su variante de Madre del Divino Pastor, pues introduce junto a la Madre al Divino Pastorcito. Es en 1802 cuando el P. Miguel de Otura trae de Cádiz la actual venerada efigie, obra del gaditano José Fernández Guerrero, imbuida del más inspirado clasicismo.

En cuanto a que el pequeño cobre en posesión de la comunidad capuchina sevillana, que el P. Salvador de Sevilla tras la desamortización certifica ser el boceto del primitivo cuadro, esto no pasa de ser una piadosa leyenda sin ninguna base histórica, pues ningún dato anterior lo atestigua ni la estilística, pues nada tiene que ver con el primer icono sino con el del simpecado del Duque de Osuna de 1732. Lo cierto es que el P. Isidoro no lo tenía a su muerte, porque en el sermón fúnebre de su estrecho discípulo Fr. Miguel de Zalamea se dice explícitamente que sólo tenía en su celda dos estampas de papel, una del crucificado.

 

(Fotografía Victor González)